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Una vida de 5 años, son 10 ( 1ª Parte )

 

 

Nunca una pequeña caja de cartón envuelta en un enorme lazo rojo había causado tanta satisfacción; eso precisamente fue el regalo que le obsequiaste el día de su cumpleaños; pero esa no era una caja cualquiera, su contenido era algo que estaba esperando hacía mucho tiempo. Con enorme alegría, le hiciste entrega de aquel objeto el cual presentaba dos pequeñas ranuras a ambos lados para una mejor sujeción; una pequeña tarta de chocolate y una vela donde se reflejaban sus años cumplidos, eran el perfecto adorno a ese día tan especial.

– Feliz cumpleaños hijo, quizás no sea lo que esperabas pero…solo deseo que te guste- dijiste mientras extendías ambos brazos y una sonrisa se dibujaba en tu rostro.

Con una sonrisa de oreja a oreja, recogió el guante que le habías lanzado….su felicidad y nervios eran tales, que no atinaba a desenvolver el lazo; tras unos instantes de tira y afloja con la cinta y la caja, por fin consiguió abrirla y descubrir lo que allí dentro había escondido….una urna de cristal donde podían verse diversos agujeros repartidos alrededor suyo. Pegado al cristal, algo de color negro y húmedo rozaba sus diminutos dedos…..una pequeña bola de pelo asomaba lentamente la cabeza; algo minúsculo   emitía un sonoro bostezo mostrando unos afilados colmillos.

– Un perrito!!! – exclamó tu hijo mientras te dedicaba una sonrisa.

Instantes después de abstraerse mentalmente junto con su nuevo amigo, se abalanzó sobre tu cuello en señal de agradecimiento…solo ese leve movimiento, pagaba con creces todo el esfuerzo que estabas haciendo por el en ausencia de su madre.

El niño estaba encantado, acto seguido, lo rescató de aquella urna y lo cogió en brazos llenando de besos y caricias al nuevo miembro de la familia.  El can, lejos de sentir temor ante aquella avalancha de caricias, se acurrucaba en su regazo buscando más atenciones; tu hijo era un mar de confusiones…tan pronto quería apretarlo contra su pecho como acariciar su suave y corto pelo….viendo las reacciones de uno y otro, estabas convencido que habías acertado plenamente en el regalo.

Restabas importancia al hecho que tu primogénito no te hiciera excesivamente caso….hacía mucho tiempo que no lo veías tan ilusionado y no querías interrumpir tanta felicidad.

Pasadas unas horas y mientras te encontrabas inmerso en los quehaceres domésticos, tu hijo se acercó a ti con su nuevo amigo en brazos, tratando de hacerte partícipe del binomio que se acababa de formar.

  • Papá, porque no vamos a dar una vuelta con el perrito? -.

Le regalaste una mirada llena de complicidad para después agacharte hasta llegar a su altura e indagar sobre la identidad del nuevo miembro.

  • Claro que si hijo, pero antes dime una cosa….has pensado como lo vas a llamar? -.

El nombre del cánido, era el menor de sus problemas; ansiaba salir a la calle y presentar a su nuevo amigo al mundo entero. Los ojos del animal, oteaban a su alrededor como si se estuviera familiarizando con su nuevo hogar…no tardó en aceptar que tanto tu como el niño, erais los líderes de la manada.

El paseo, fue más largo de lo normal… mientras tu paso era relativamente pausado, el chico siempre caminaba varios metros delante de ti, parándose en todas y cada una de las tiendas de la calle saludando a los amables comerciantes; el baño de masas del can, fue total…infinidad de manos se pasearon por su pequeña cabeza, pero algo no iba del todo bien, se le notaba inquieto y así, desde la lejanía se lo hiciste saber a tu retoño.

  • Hijo por favor, te importaría dejarlo en el suelo? No le va a pasar nada porque camine un poco – dijiste mientras esbozabas una enorme sonrisa..

Dicho y hecho; a pesar de unos segundos en los que se negaba a soltar su botín, accedió a dejarlo en el suelo para que el peludo pudiera empezar a curiosear por si mismo sin estar sometido a una sauna humana.

Todo era nuevo, cualquier farola o árbol, eran lugares de obligada parada; su húmedo hocico, tomaba contacto con todos los olores que la calle ofrecía.

La distancia entre tu y el binomio formado por tu hijo y la mascota, iba en aumento….un cigarrillo era lo único que te acompañaba mientras contempabas como tu vástago introducía a su nuevo amigo en la sociedad; por su parte, el cánido, ajeno a las ideas de unos y otros, olfateaba todo lo que encontraba a su paso. Al pasar por delante de una tienda de golosinas, la andadura de ambos se frenó en seco; miraban el cartel y el escaparate y acto seguido esperaban tu llegada.

– No vamos a comprar dulces ahora, ya casi es la hora de cenar- le dijistes moviendo la cabeza a ambos lados.

– No, no quiero nada de eso, no me apetece- aseveró tu hijo.

La duda te carcomía…. no quería golosinas pero en cambio no dejaba de mirar al interior de la tienda. El niño proyectó la mirada hacia su mascota y acto seguido te cogió fuertemente la mano.

– Totó!!!- exclamó

– ¿ Como dices?- preguntaste intrigado.

– El perro….me preguntaste antes como iba a llamarse, se dirá Totó…te gusta?- respondió con una sonrisa.

Le pasaste la mano por la cabeza entretanto le regalabas una tierna mirada….no tenías intención de inmiscuirte en la identidad de la mascota.

– Es tu perro, puedes ponerle el nombre que quieras….si a ti te gusta, por mi perfecto -.

Una vez habiendo sometido al animal a un improvisado bautismo, tu hijo comenzó a llamarlo a la espera de una reacción por su parte.

– Totó, vamos ven aquí-.

El cánido hacía caso omiso a esas palabras, era el único que no se había hecho amo y señor de su nuevo nombre. Por contra, tu inocente hijo no cesaba de llamarlo pero sus intentos resultaban en vano; con sus ojos buscó tu ayuda, pero por tu parte solo te limitabas a sonreír y mover ligeramente la cabeza de un lado a otro.

– A que tu cuando eras muy pequeñito no hacías caso cuando te llamábamos? Pues el perro es igual, no sabe que quieres decirle…ya verás como poco a poco lo irá asimilando pero no lo atosigues-.

Aquella explicación no le convencíó en demasía, seguía llamando a su cuadrúpedo, pero en vista de los resultados obtenidos, decidió coger nuevamente en brazos a esa diminuta bola pelo, y acurrucarlo en su pecho demostrándole que estaba protegido y nada malo iba a sucederle.

El paseo estaba tocando a su fin, la noche comenzaba a caer y el agotamiento hacía mella en ti mientras que la inseparable pareja parecía tener energías para estar toda la noche deambulando por las calles.

– Es hora ya de volver a casa no crees?- preguntaste a tu hijo desde la lejanía que habiais mantenido durante todo el trayecto.

– De acuerdo papá, vamonos a casa- respondió tu hijo

Tenía ganas de mostrarle su nuevo hogar, enseñarle todos los rincones de la casa; todo estaba perfectamente acondicionado para que pasara la primera de las muchas noches que iba a estar allí.

Una pequeña parcela de jardín, una casita de madera para su confort y una serie de juguetes para perros…todo formaba parte de su nuevo hábitat; todo le resultaba novedoso,no cesaba de dar vueltas mientras olisqueaba reconociendo el terreno; de vez en cuando se paraba y con la mirada buscaba complicidad humana. Querías formar parte de ese triángulo…te tumbaste en el suelo extendiendo los brazos y mirando al animal; éste por su parte, entendió perfectamente lo que pretendías y corrió en busca del gran líder.

– Eh!!! eso no es justo, porque a mi no me hace caso?- espetó tu hijo visiblemente enfadado

Una enorme carcajada salió de tu boca, el hecho de que tu hijo confundiera las reacciones caninas, te hacían sonreírle como solo un padre hace con su vástago.

– No te enfades por favor… túmbate aquí a mi lado y verás como también irá contigo- respondiste de un modo tranquilizador.

Efectivamente, en cuanto el niño tomó contacto con el suelo, el can saltaba de un lado a otro dándose un baño de masas y caricias por doquier.

– Totó, para, me haces cosquillas, para , para!!!- exclamaba tu hijo entre sonrisas.

No atendía a razones, continuaba regalando muestras de cariño a quien previamente le había obsequiado con un hogar.

Tras unos minutos de mimos y carantoñas, era el turno de preparar la cena; hacer las labores de padre y madre al mismo tiempo, era sumamente complicado y las tareas de la cocina te lo recordaba diariamente.

– Voy a preparar la cena, me quieres acompañar y darle de cenar al perro?- preguntaste mientras te incorporabas.

No obtuviste respuesta, únicamente te quedaste rezagado en la carrera de fondo hacia la cocina….una vez allí, comprobaste como, la nevera estaba abierta y encima de la mesa había un pedazo de pan y un tarro de mantequilla de cacahuete….tu hijo abría con sumo cuidado el frasco, mientras el peludo no perdía de vista el botín.

Una nueva carcajada se formaba en tu rostro…la idea de una cena canina no contemplaba un alimento así.

– Que pretendes hacer con esto?- preguntaste mientras le quitabas el pan de las manos.

– Le iba a dar de cenar a Totó- respondió con la inocencia propia de un niño de su edad.

Te adentraste en una de las habitaciones y sacaste un enorme saco con un pequeño recipiente en su interior.

– Esta es su comida….el ya tiene su propia comida y no debería comer de la nuestra- dijiste mientras extraías una serie de bolas marrones del saco.

La curiosidad de tu chico era tal, que agarró una bolita y se la metió en la boca para comprobar de primera mano su sabor.

Los gestos de repulsa eran evidentes, muecas a un lado y a otro…rápidamente bebió de su botella de agua, estaba claro que aquello no era una delicia.

– Papá, como se va comer esto….. es asqueroso- dijo.

Colocaste cuidadosamente dos recipientes en el suelo mientras el perro observaba atentamente los movimientos de unos y otros.

– En uno de estos dos recipientes pon la comida y en el otro el agua- dijistes mientras levantabas el dedo índice y el corazón al mismo tiempo.

Tus deseos eran órdenes…se agachó y abasteció a su amigo de sólidos y líquidos; lentamente, el perro se acercó a indagar sobre lo que tenía delante de el…instantes después comenzó con su particular cena bajo la atenta mirada de padre e hijo.

– Estaba hambriento el pobre- dijiste pasándole la mano por la cabeza.

Mientras uno comía y el otro estaba embobado en aquel espectáculo canino, te centraste en preparar la cena…la hora de irse a la cama se acercaba y aún no habías preparado nada.

Tu hijo engullía como si no hubiera cenado en semanas, estaba deseando terminar para abalanzarse sobre su mascota; ese hecho fue rápidamente rebatido por tu parte…no querías que por culpa del animal , no consiguiera centrarse en sus obligaciones estudiantiles.

– No vayas tan rápido que cuando acabes te vas a la cama-

– Pero….-.

No dejaste lugar a rebatir tus argumentos; te sentías conocedor de la verdad absoluta y no ibas a permitir que tu autoridad paternal quedara en entredicho.

– No hay pero que valga, he dicho que cuando acabes te vas a la cama y punto- concluíste.

Se le notaba visiblemente enojado contigo, se levantó como un resorte de la silla, cogió al peludo en brazos y se dirigió a su habitación.

– Deja el perro aquí…el ya tiene su cama- espetaste.

El niño se veía anclado en una serie de prohibiciones que no entendía de ninguna manera; lejos de concluir la conversación de aquel modo, te acercaste a tu inocente chico y le explicaste los motivos de todo.

– Totó se tiene que ir acostumbrando a sus cosas, si lo acostumbras a que duerma contigo después ya no querrá estar dentro de su casita; pero, aparte de todo eso, no quiero que pierdas de vista tus estudios por  querer jugar con el-.

El niño, agachó la cabeza; esa convincente argumentación que le acababas de dar, le dejó sumido en la resignación más absoluta.

– Vaaale….lo dejaré en su casita de madera-.

La felicidad de tu hijo, era la tuya propia, pero una preocupación se agudizaba con el paso del tiempo; las deudas reclamaban tu atención…la llegada del nuevo miembro familiar, te obligaba a pasar más horas en la fábrica donde prestabas servicios, con la consecuente falta de tiempo para con la conciliación familiar. Todo parecía poco para hacer frente al desbarajuste económico que provocaba toda aquella situación; por más que hicieras, tenías la sensación de que estabas retrocediendo en lugar de avanzar; cada vez, te sentías más y más ahogado…los estudios de tu hijo, y los gastos que conlleva un hogar , estaban siendo una losa demasiado pesada.

– Papá, ocurre algo? Cada vez estás menos en casa y estás muy apagado- preguntó tu hijo visiblemente preocupado por su progenitor.

No tenías preparada una respuesta convincente, tan solo acertabas a mirarle a los ojos fíjamente con cara de apesadumbrado; instantes después, tu mente reaccionó para dedicarle unas palabras tranquilizadoras.

– No te preocupes, todo está bien solo que estoy un poco cansado- decías mientras dirigías tu mirada al inocente animal.

Esa respuesta no satisfajo las pretensiones de tu hijo, e insistió en indagar sobre ese supuesto cansancio:

– Entiendo que estés agotado, trabajas mucho más que antes, pero…..¿ crees que es necesario hacerlo? – Quiero pasar tiempo contigo, pero últimamente Totó es mi única compañía- concluyó.

Aquellas palabras, se clavaron como puñales en lo más fondo de tu ser, obligando a hacer un ejercicio de sinceridad y explicándole la cruda realidad:

– Hace ya tiempo que el dinero está siendo un problema, de ahí que esté trabajando más horas, de lo contrario lo perderíamos todo en poco tiempo – aseveraste.

– ¿ Hasta cuando será eso? – preguntó tu hijo, haciendo gala de su ignorancia

-. No lo se hijo, pero si quieres que pase más tiempo en casa, tendremos que apretarnos el cinturón y reducir gastos- dijiste mientras acariciabas al perro.

En ese momento, el chico, te arrebató al animal de las manos, mientras te imploraba clemencia:

– Puedes hacer lo que quieras, pero por favor, no me apartes de Totó-.

Tus intenciones eran evidentes, te encontrabas entre la espada y la pared; por un lado, la capacidad económica podría respirar un poco mejor, pero por contra, la brecha que abriría entre los dos, sería muy difícil de cicatrizar.

– Cálmate por favor, nadie va a separarte de Totó, ya lo haremos de algún modo- dijiste tratando de calmar la tempestad que se avecinaba.

Temporalmente, conseguiste salir airoso de ese asalto, pero interiormente sabías que la empresa se presentaba harto complicada y desconocías como solventar la situación sin que nadie saliera damnificado.

El tiempo pasaba, y los peores augurios se estaban confirmando; el poder adquisitivo se veía mermado, obligándote a desprenderte de una serie de objetos valiosos para tratar de amortiguar el golpe,aún así, todo era un parche en el gran agujero negro que es estaba formando; momentáneamente no pasarías por demasiados apuros económicos, pero sabías que esa paz monetaria, concluiría pronto.

El tiempo seguía pasando con más pena que gloria, y a pesar de que tu hijo entendía las estrecheces que se pasaban, te quemaba por dentro el no poder concederle ningún deseo por muy pequeño que fuera; sus aniversarios tan solo se limitaban a una simple felicitación; por contra, el chico nunca alzó la voz para recriminarte tal hecho….estar con su mascota el cual se había hecho más grande,era suficiente regalo para el.

Tus obligaciones laborales, cada vez se hacían más extensas….el tiempo que permanecías en casa solo se limitaba a cenar y dormir, lo cual, pese a la comprensión inicial de tu hijo, se tornó en una situación insostenible; los cimientos paterno-filiales, se tambaleaban y el volcán estaba a punto de entrar en erupción.

– Papá, ¿ sabes que tienes una família que quiere pasar más tiempo contigo?- preguntó el niño visiblemente enojado.

Te sentías tan agotado, que no podías más que agachar la cabeza y pasar la mano por la cabeza del fiel canino el cual se encontraba sentado a tu lado.

– Sabes lo que es llegar a casa después de la escuela y estar solo hasta que te dignes a aparecer?- prosiguió.

– Hijo…..ya sabes la situación cual es, y por ahora es la única solución- le respondiste tratando de justificar tus actos.

– Lo entiendo, pero comprende que no quiero que hagas de padre un día a la semana y el resto seas un fantasma. Mírate por favor,  todo esto te está machacando y de rebote somos nosotros quien sufrimos las consecuencias- .

El chico, había cerrado todas las vías de escape posibles, en el fondo sabías que tenía toda la razón y cualquier excusa no haría más que aumentar su rabia. El pequeño ya no era tan pequeño, y comenzaba a madurar las cosas por si mismo y con unos argumentos tan sólidos, que anulaban tu capacidad de respuesta.

En el ámbito laboral, de todos era conocida tu situación; en la medida que podían, todos te invitaban a compartir parte de sus manjares…..aún teniendo casa y trabajo, te sentías un vulgar mendigo, subsistiendo de la caridad de tus compañeros de trabajo.

Los días se seguían sucediendo en el drama humano en el cual estabas inmerso, las notificaciones de impago se agolpaban en el buzón de tu casa y las deudas con los compañeros de trabajo aumentaban día tras día.  Pero hubo algo con lo que no contabas, algo que te hizo ver una posible salida a todo aquel círculo de precariedad en el que estabas sumido; un anuncio impreso colgado en la entrada de la fábrica en el que se daba la posibilidad de ganar una enorme cantidad de dinero si a cambio se tenía un perro.

Marc Domínguez

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