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Pequeño Gran Mundo

 

 

 

Con tan solo 6 años, ya empezabas a dar muestras de tu gran pasión; con un bolígrafo acompañado de un cuaderno en blanco, tenías suficiente para aislarte del mundo y dejar volar la ya de por sí, amplia imaginación.
El modo de escribir, la manera en que se relataba cada situación, expresiones; todo ello sorprendía a propios y extraños. Tal era la aprobación y críticas positivas (generalmente de los más allegados), que accediste a participar en un concurso literario organizado por la escuela.
La meta final no era ser el ganador ni sobresalir por encima del resto, únicamente querías sentir el placer de plasmar esa multitud de ideas sobre una hoja en blanco y de paso, buscar un pequeño reconocimiento fuera de los seres más próximos, que animara a continuar con relatos cada vez más extensos. En tan solo unas pocas horas, conseguiste hilvanar un escrito tan peliagudo como real; precisamente eso, la veracidad y su modo de exponerlo, te alzaron al primer puesto. Allí, entre familiares, amigos y desconocidos, juraste y perjuraste que si en algún momento esa afición se
tornara una forma de vivir, jamás dejarías en el olvido a toda la gente que mostró su apoyo desde un principio.
El premio por la victoria, no era poca cosa; ser ni más ni menos que el columnista semanal del periódico de la ciudad donde residías.
Los primeros días, tal vez fruto de los nervios que te atenazaban, no conseguías contar las cosas tal y como se formaban en esa inocente cabecita propia de un chico de tu edad; por primera vez, escribías pensando en el lector, en si gustaría o no; tal vez el error era ese.
Estabas pagando un peaje al cual quizás no te habías preparado.
Alicaído, desanimado, sabiendo que lo allí expuesto no era algo propio; vueltas y más vueltas buscando una solución a una sensación que resultaba tan asfixiante.
Tus padres, sabedores de lo que ocurría, intentaban animarte, hacer que esa angustia que te tenía preso, desapareciera. Precisamente en una de esas charlas en las cuales, mostrabas las dudas y preocupaciones, un comentario te liberó de tal tormento:
– Escribas lo que escribas, jamás podrás complacer a todo el mundo –
Al parecer, dieron con la tecla adecuada, una tecla que conocías sobradamente pero que fruto de los nervios y el ansia por gustar, cayó en el olvido.
Como un resorte, subiste corriendo a la habitación; la particular “zona de calderas”, donde la mente cocinaba los textos y las manos acompañadas de tu inseparable bolígrafo, hacían el resto.
Nuevamente, te sentías vivo, con capacidad para escribir sobre aquello que propusieras; la agresividad en las palabras, esa convicción en cada línea…. todo ello resurgió como si anteriormente no hubiera sucedido nada en absoluto.
Con el paso de los meses, las editoriales más prestigiosas se hacían eco de tu brillantez, llegando incluso a interesarse por ti. Aquello ya eran palabras mayores; no se trataba de hacer un artículo para un diario de ciudad, sino de hacerlo visible a la opinión pública. Igual que si
fuera un “deja vú“, los miedos hacían acto de presencia de nuevo, pero esta vez había una diferencia mucho más importante. Las personas de fuera, no tendrían clemencia alguna si lo leído no agradaba, te azotarían sin piedad hasta el punto de dejar la auto-estima por los suelos; aun así, el reto, sirvió de estímulo para seguir adelante y demostrarte a ti mismo que lo que
estaba pasando no era flor de un día.
Las obras, continuaban siendo relativamente cortas, sin embargo, los temas sobre los cuales escribías, eran impuestos; al principio no te terminaba de convencer la idea, pero con el paso de los días le ibas restando importancia; solamente querías probar esa capacidad innata que poseías.
Los primeros escritos, fueron excelentes; cortos, claros y directos, así se enfocaban esas breves historias. A pesar de contar con tan solo 11 años, ya recibías las primeras mensualidades. No eran excesivas eso sí, pero que perfectamente servían para adquirir un portátil con el cual agilizar tus trabajos.
Con tiempo y esfuerzo, obtuviste la recompensa; un excepcional ordenador estaba en tus manos. Con su ayuda, darías un paso de gigante en esas brillantes obras.
De la imposición inicial, se pasó a relatar lo que la gente pedía; numerosas cartas llegaban pidiendo un tema en concreto. Te sentías halagado a la par que abrumado; daba la impresión de que eras un ídolo de masas pero por el contrario te preguntabas si serías capaz de satisfacer a todas esa gente con sus encargos literarios.

Viendo el éxito que estabas teniendo, la capacidad para narrar una línea tras otra te llevó a dar un paso más allá y ampliar los escritos haciéndolos extensos, más descritos… en definitiva, crear algo que calara y enganchara aún más si cabe al posible lector.
Días, noches encerrado en la habitación, delante del portátil y con una hoja en blanco, preparada para llenarla con palabras, expresiones, pensamientos. La inspiración brillaba por su ausencia, a cada línea trazada le seguía un borrado; la trama estaba clara y muy formada, lo realmente complicado, era el principio. Ese hecho, era novedoso, te sentías perdido sin saber que poner ni como darle cuerpo a tus ideas.
Vueltas y vueltas al mismo tema, horas en blanco, tiempo perdido sin llegar a nada en concreto. En ese preciso instante, cambió la idea principal puesto que no se vislumbraba la inspiración necesaria en el horizonte, y por más horas que transcurrieran, esa hoja continuaría vacía.
Fiel a los ideales que te hicieron llegar a ese punto, buscaste la realidad pura y dura, y nada más verídico y fidedigno que narrar tu propia historia; corta, sí, pero plagada de vivencias, anécdotas, particularidades; porque a pesar de esa juventud de la que hacías gala, la visión que tenías del mundo era bastante peculiar.
Manos a la obra; horas, días, semanas sin descanso dándole vida a tu auto-creación. En ella contaban cosas que no serían aceptadas pero importaba poco…..la pasión por dejar libre la mente, hacía obviar el resto.
Meses más tarde una vez finalizada la que considerabas tu mejor obra, te apresuraste a darlo a conocer en la editorial. El grado de aceptación no fue el esperado; la autobiografía no entraba dentro de su modelo literario.
Pese a escribir por mero placer, algo te empujaba a querer mostrarlo a la luz; tanto esfuerzo invertido no querías dejarlo olvidado dentro de un cajón de madera.
Recorriste todas las librerías habidas y por haber, usando todos los medios que estaban al alcance, intentando encontrar un halo de esperanza en el intento de mostrar al mundo esos pensamientos tan recónditos.
Tanta búsqueda, finalmente dio los resultados esperados, una pequeña oficina donde se daba la oportunidad a los escritores noveles de dar rienda suelta a su imaginación, era el lugar idóneo para “comenzar” desde cero.
Gracias a los anteriores relatos, te habías hecho un nombre dentro del mundo; aun así, el escepticismo se apropió de los allí presentes al verte entrar. Nadie comprendía que hacías allí cuando los éxitos de las anteriores historias, hablaban por si solos.
Ignoraste el entrar en detalles al respecto, al fin y al cabo el lugar de donde venías sirvió como trampolín para darte a conocer a pesar de la edad; el final no fue el esperado, pero en cambio había muchas cosas por las que estarles agradecidos.
Hiciste partícipe a todos los que allí se congregaban un día tras otro de tu obra por excelencia, aunque aquella genialidad solo tenía un pero; restaba “bautizarlo”, darle un nombre por el que se conociera a partir de ese momento:
“PEQUEÑO GRAN MUNDO”; de ese modo se titularía. Ansioso, con nervios, de esa manera esperabas en casa con los padres una carta la cual diera el visto bueno a una posterior publicación. No se hizo esperar la respuesta, por suerte positiva; al fin, tanto esfuerzo habría merecido la pena.
A la mañana siguiente acudiste raudo y veloz a la primera tienda que estaba abierta, y allí, en el aparador, visible para cualquier viandante, posaba tu obra; a pie de libro, una etiqueta, elevó la satisfacción a la cima: “3 últimos ejemplares”. La curiosidad se adueñó de ti, entraste en el
comercio para averiguar la cantidad de copias vendidas hasta el momento:
-500– respondió el dependiente.
No salías de tu asombro, a medio millar de personas les enganchó esa historia a pesar de las cosas que en ella se narraba, y al parecer la cifra iba en aumento.
Abandonaste momentáneamente los quehaceres diarios, para contarle a tus padres, el reciente logro; el júbilo fue general, un niño de tan solo 12 años recién cumplidos, fue capaz de contagiar tanta gente al mismo tiempo.
De la alegría, se pasó a la decepción… una llamada telefónica te puso entre la espada y la pared; los antiguos “jefes” pedían el re-ingreso. Por un lado, se presentaba la oportunidad única para definitivamente consolidarte en el género literario; por otra parte, no querías dejar en la estacada a quien te brindó tan gran ocasión.
Quizás el hecho de que se “pelearan” por la calidad que atesorabas, quizás el no saber valorar los pros y los contras fruto de la inocencia; la suma de esos dos factores, hizo que tomaras una decisión a la ligera…… sin consultar con nada ni con nadie, por primera vez la decisión fue única y exclusivamente tuya, solo el tiempo diría si el camino elegido fue el correcto.
De vuelta a los orígenes, los relatos esta vez eran libres, nadie decía sobre qué tema explicar; solo tu decidías y escogías cuando y como era su final.
Sin saberlo, te convertiste en la gallina de los huevos de oro, apenas sin ser consciente que eras víctima de tu propia medicina. Los ingresos que percibías, eran ligeramente más altos que antaño; con ello, ya te podías permitir algún que otro capricho.
Ninguna preocupación, dinero fácil y todo al alcance de la mano; ciertamente fuiste un elegido entre muchos otros.
Los años pasaban y las historias se contaban por decenas y decenas; estabas ya inmerso en la mayoría de edad y no había muestra alguna de actuar como que se le presuponía. Más bien todo lo contrario, el inseparable ordenador que compartió horas y horas, acompañaba donde fuere.
El destino llamó nuevamente a la puerta; un certamen mundial de literatura se iba a celebrar en la ciudad de las ya extinguidas torres gemelas, la famosa 5a avenida, las innumerables películas…. todo aquello susurraba invitando a ir. El premio no podía ser más apetitoso; contrato importantísimo con la mayor editorial y posibilidad de residir indefinidamente al otro lado del charco.
El actual trabajó, brindó la idea, los padres el apoyo, por tu parte había lo más importante ilusión.
Caprichos del destino, la victoria fue abrumadora; la gala para celebrar tal logro nada tenía que ver con las de años atrás. Quien sí que no falló, fueron familiares y amigos, los mismos que te siguieron desde los inicios y los cuales no iban a separarse de ti.
Por desgracia, solo pudieron estar presentes para la gran noche, poco después debían partir rumbo a sus respetivas casas.
No fue fácil adaptarse a un nuevo estilo de vida alejado de los seres queridos; pero los elevados ingresos hacían que esa congoja fuera momentánea. A raíz de tal solvencia económica, una persona del sexo opuesto, apareció en tu vida. El amor que te vendió como verdadero lo creíste a pies juntillas, producto de tu ilimitada avaricia y ansias de poder.
Mientras los billetes no dejaran de salir del bolsillo tu, virtual felicidad subía como la espuma y la real dignidad caía en picado.
Todo supuso un gran cambio, de aquel chico inocente, ilusionado por hacer lo que más le gustaba, no quedaba rastro alguno, las señas de identidad que te hicieron ser tan genuino…..todo absolutamente todo, varió de la noche a la mañana.
Te volviste una persona fría, superficial, vanidosa, la infancia que sirvió para llegar al punto donde estabas, empezaba a caer en el ostracismo más absoluto.
Caprichos caros, coches de lujo, fiestas…..una vida fácil pero peligrosa. Las altas esferas, figuraban entre tu selecto grupo de amistades, aquella mujer se convirtió en tu guardaespaldas, te seguía a todas partes pregonando a los cuatro vientos su amor hacia ti. Fama, dinero y una mujer que te recompensaba por las noches lo que le ofrecías por el día; creías tenerlo todo y no sabías ver más allá de tu propio ego.
Sin embargo las obras por las que tanto luchaste, cada vez eran menos frecuentes, sin chispa, lo que conllevó a algún que otro enfrentamiento verbal.
Como si de un viejo electrodoméstico se tratara, dejaste de funcionar, los dedos jamás volvieron a apoyarse sobre el teclado, la cabeza dijo basta; ese hecho propició un despido fulminante producto de tu falta de creatividad, más pendiente de satisfacer los caprichos de tu compañera sentimental y los tuyos propios y el consiguiente descenso en picado de ventas.
Sin darte cuenta pasaste de ser el Rey Midas a convertirte en el patito feo el cual nadie quería; pero en ese momento todo daba igual, lo material se engulló a lo sentimental, vivías de la renta que ganaste hasta el momento, lo que al parecer olvidabas es que eso, como todo tiene un final.
Solo hicieron falta unos pocos meses para comprobar que no se podía subsistir únicamente de un nombre; aquellos caprichos, las fiestas, solo quedaba un mero recuerdo. Esa glamurosa gente, te dio su espalda a las primeras de cambio consciente que estabas cayendo en picado, incluso esa mujer que parecía vivir por y para ti, desapareció sin dejar rastro alguno. Hiciste de tu vida una montaña rusa, la diferencia es que, en esa famosa atracción, tanto en la subida como en la bajada se está sujeto en todo momento; por el contrario en tu particular montaña, ni para subir y sobre todo para bajar, nadie te tendió su mano; el dinero y los ávidos de poder te cautivaron con sus cantos de sirena y no dudaron un instante en arrojarte al precipicio cuando te encontraste entre la espada y la pared.

La única amiga, era la calle fría, húmeda, plagada de cosas que hasta hace poco parecían
inverosímiles. Agotaste tus dos últimos cartuchos a raíz de la desesperación; recurriste en
primer lugar al trabajo que te dio la ocasión de tu vida. Nadie cogió la llamada, nadie acudió en
tu auxilio para hacerte resurgir. De tenerlo todo pasaste a ser un perfecto desconocido, un
perdedor; y en ese negocio no había lugar para la mediocridad. Fuiste alguien mientras de la
cabeza brotaban ideas día sí día también; pero en el momento que tú mismo dijiste basta, las
puertas se fueron cerrando condenándote al fracaso.
La última bala en la recámara, aquella pequeña oficina, era la tabla de salvación donde
cogerse para al menos tener un digno final; la negativa fue rotunda. Mordiste la mano que te
dio de comer, las decisiones tomadas en tu infancia estaban pasando factura. Creer que tenías
el mundo a tus pies poco a poco fue cavando tu propia tumba. Solo, sin saber dónde acudir
vagabas como alma en pena por las lúgubres callejuelas de la gran ciudad. El último cobijo, tu
gran casa adquirida a precio de talonario y la que ahora estaba a punto de ser derrumbada,
únicamente con una cama cubierta por sábanas de raso para poder pasar la noche; al lado
infinidad de cartas de tus padres y amigos las cuales nunca llegaron a responderse. Estabas
tan preocupado por tu sofisticada vida que no había tiempo para atender a todos aquellos que
en su momento te brindaron su apoyo incondicional. Fuiste abriendo aquellas cartas una por
una y a medida que ibas leyendo, el corazón se empequeñecía. Tus amigos, esos con los que
compartiste tantos momentos de charla, explicando tus ideas, pidiendo consejo, animándote a
ello, se separaron definitivamente de tu lado. Entendieron por tus desplantes, que formaste tu
propio círculo en el cual ellos no iban a tener cabida.
El azar quiso que la penúltima misiva fuera una que provenía de casa de tus padres; el mundo
se vino abajo al leer lo que allí había escrito; una grave enfermedad que arrastraba desde hace
tiempo, acabó con la vida de tu madre. Tu corazón ya resquebrajado por el egocentrismo, se
rompió en mil pedazos igual que una figurita de cristal al caer al suelo. Sembraste vientos y las
tempestades hacían acto de presencia; aun así la diosa fortuna te guardaba un nuevo revés.
Una última carta procedente de la residencia de unos familiares de los cuales tenías un vago
recuerdo, acabó con cualquier mínima chispa de vida que pudiera quedar todavía. La figura
paterna, al no poder soportar el dolor de no tener a su amada, falleció semanas más tarde
mientras dormía. Te sentías angustiado, roto…..internamente te sentías muerto.
Tu vida carecía de sentido, las personas que te dieron la vida, las que te apoyaron en todo
momento no volverían a estar nunca más. En cierto modo, el artífice de su ausencia fuiste tú
mismo, producto de la lujuriosa vida que llevabas y de la poca atención para con ellos. Siempre
quisiste decirles un “os quiero” pero nunca tuviste el valor para hacerlo y ahora esa oportunidad
jamás la volverías a tener; ni un beso, ni una caricia…..nada.
Tus únicas riquezas, los únicos bienes que poseías, se limitaban a unas pocas monedas en el
interior del bolsillo del pantalón. Nada mejor para ahogar tanta desgracia, que usar tan preciado
botín, en un cartón de vino barato; del whisky de marca, pasaste a una bebida la cual se
encontraba en cualquier chiringuito barriobajero. No tenías mucho donde elegir, así que hiciste
de aquel cartón tu amigo más íntimo, el que siempre estaría para escucharte fuera la hora que
fuera. Conociste la miseria con todas sus letras y en todos los aspectos; de lo que hace pocos
meses repudiabas hiciste tu modo de vida. Cajeros y bancos de la calle eran tu improvisada
cama para pasar las frías y lluviosas noches; restos de comida en bares y restaurantes de la
ciudad, formaban parte de tus manjares diarios; tiempo atrás aquello hubiera sido algo
despreciable, ahora en cambio, se convirtió en poco menos que un festín. La calle tenía
también sus trucos; tu ignorancia para “moverte“ por aquellos escondrijos, te dejó desnudo
como a un niño recién nacido.
Al igual que le ocurre a todo el mundo, cuando se está al límite de la desesperación, se hace
cualquier cosa para salir a flote; no fuiste menos, tal era la jaula en la que te encontrabas
encerrado, que te viste en la obligación de cometer pequeños hurtos para poder sobrevivir en
una jungla en la que eras el perfecto corderito. No buscabas alimentos, únicamente existían
esos cartones de vino los cuales a cada trago que ingerías era un borrón en tu maltrecha vida.
Deshauciado por las deudas, haciendo del alcohol tu confidente, te adentrabas en las
estaciones de metro pregonando la caridad humana…..una caridad que te era esquiva. El
prójimo pagaba con la misma moneda, solamente quedaba el consuelo de rebuscar en los
múltiples ceniceros las colillas de cigarrillos que en ellos depositaban los que por allí
transitaban.
La imagen familiar de los niños abrazando a los padres y viceversa, no podían soportarla tus
cansados ojos; ese amor de padre y madre, una pequeña caricia o un simple gesto de
aprobación para contigo, dejó de existir en un pasado que aún tenías muy fresco en la memoria

a pesar de que tu fiel compañero se empeñaba en hacer olvidar aunque fuera durante unas
horas.
Ejecutivos y mujeres bien, mostraban con sus miradas y risas la repulsa hacia tu persona. En
esos momentos hubieras querido agarrarles por el cuello y darles una buena lección; no fue
así, delante de ti estaba la viva imagen del pasado. ¿Cuantas veces no habrían querido
vagabundos y gente de la calle mostrarte el significado de humanidad y respeto? Seguramente
muchas, muchísimas, pero hasta que el cazador no es cazado, no se contempla el mundo del
mismo modo.
Conociste gente con idénticas afinidades a las tuyas, personas que por un motivo u otro
tuvieron que acogerse al amparo de la mendicidad. Aquellas reuniones y fiestas con
autoridades, personalidades de todo tipo, se convirtieron en encuentros clandestinos alrededor
de un cubo de basura ardiendo en busca de su calor y comentando las vivencias diarias.
Curiosamente uno de los improvisados compañeros de “aventuras“, era alguien al cual, le
negaste en repetidas ocasiones esa caridad que tan humildemente pregonaba. El alcohol, junto
con su memoria deteriorada por el paso del tiempo, hacía que pasaras totalmente
desapercibido. Nuevamente sentías el placer de ser alguien aunque fuera a menor escala; te
hiciste un hueco en un reducido grupo de gente. No obstante esas tempestades seguían
presentes incluso en la miseria; uno de los periódicos que se usaban para alimentar el fuego
fue el responsable de los males. Allí en primera página apareció un artículo en el cual se te
mencionaba junto a una foto de tu pasada vida gloriosa. A partir de ese momento no fuiste un
desconocido, tenías nombre, apellidos, profesión….nadie tardó en deducir el motivo por el que
estabas entre basura y cartones .Hubo instantes de absoluto silencio, pero en el cual se podía
percibir odio, rabia, indiferencia hacia el que se auto-consideró un ser superior. Seguramente
merecías más que una reprimenda por tu pasada vehemencia, en cambio te dieron una de las
lecciones más importantes de toda tu vida; nadie alzó la mano, no hicieron ademán de
agresión. Eras un repudiado dentro de los repudiados. Al día siguiente acudiste al particular
punto de encuentro pero allí no había nadie; el centro neurálgico se trasladó a otro lugar del
cual no tenías conocimiento. No reprochaste eso, no guardabas rencor a nadie…..en el fondo
de tu conciencia sabías que te ganaste a pulso lo que ocurría.
También te hiciste asiduo a los comedores sociales, las bebidas alcohólicas ocupaban gran
parte del estómago e hígado, pero necesitaban algo más. No había lugar para exquisiteces, te
habías acostumbrado a lo poco que ofrecían allí…..a los restos de alimentos que comercios y
cafeterías tiraban sabiendo que alguien se lanzaría raudo y veloz como un león a su presa; en
este caso, para bien o para mal, ese alguien se reflejaba en ti.
Vivías el día a día sin ganas, por pura inercia; carecías de ilusión por nada. Tu interior se
carcomía con la sensación de que una etapa de la vida fue un circo donde eras el tigre
enjaulado con tus particulares domadores. Gente que te vio crecer y personas que
compartieron contigo toda la infancia, acudieron a las primeras funciones, pero que
paulatinamente dejaron de asistir hasta dejarte solo y cuando quisiste representar el último acto
para ser recordado, todo estaba vacío. Espectadores y domadores, por diferentes motivos, te
dejaron a merced de tu propia egolatría. Asimismo recordabas a aquella mujer que era esclava
de tu bolsillo, la misma que, durante un tiempo cerraba sus puertas solo para ti, pero que una
vez acabó la buena vida, se esfumó sin dar explicaciones del porqué.
Mientras se agotaban los últimos tragos del cartón de vino, te venía a la mente aquel famoso
refrán de “la avaricia rompe el saco”; conseguiste romperlo, pero desconociendo lo que
deparaba debajo…..una caída al vacío, un abismo del que ya no escaparías a menos que
supieras resarcirte.
Escarbando en las entrañas de la calle, intimando con los contenedores, la gota que colmó el
vaso, la prueba definitiva de que te habías convertido en un “don nadie“, fueron tus propios
relatos; todos y cada uno de ellos estaban allí tirados. Sea quien fuere el que los hubiera
depositado allí, demostró que un día fuiste ídolo de alguien y con el tiempo te encargaste de
transformar esa idolatría en decepción. Una por una recogiste todas y cada una de las obras.
Con nostalgia y a medida que ojeabas los escritos, recordabas las interminables horas atrincherado delante de un portátil; la primera página de tu novela por excelencia fue la que dio el golpe de gracia al leer allí unas palabras de gratitud a familiares y amigos:
– “Dedicado a todos aquellos que me han ayudado a llegar hasta aquí, sin ellos nunca habría
sido posible. Gracias a todos vosotros de corazón”-.
Te encogiste de rodillas al lado de aquel contenedor esparciendo los relatos por el suelo,
sacaste tu inseparable bolígrafo del bolsillo de la chaqueta, un mechero y entre lágrimas,
observabas como las llamas iban consumiendo poco a poco toda tu vida literaria. La gente que circulaba por allí, te miraba con cara de indiferencia, esa misma cara que tú mismo ofrecías hasta no hace mucho tiempo. En ese momento poco importaba, el sentimiento de angustia era mucho más fuerte; las posteriores cenizas, resumían perfectamente en lo que se convirtió tu vida.
Extendiste un cartón sucio y empapado que reposaba de pie apoyado en la pared, empezaba a
caer la noche y la lluvia era débil pero incesante; sabías que si te resguardabas ahí debajo, el
frío y el agua calarían profundamente en tus huesos. Ignoraste ese hecho, estabas demasiado
agotado amén de que no estabas en disposición de elegir. Así que lo agarraste cubriéndote
desde los pies hasta la cintura y empezabas a recordar aquella gran obra que te hizo saltar a la
fama y al mismo tiempo te devoró por completo.
Tal vez aquella situación te vino demasiado grande…….la inocencia de la que hacías gala quiso
librar una batalla contra la fama y el dinero con resultado nefasto para ti. Te arrastró a su
mundo de fantasía engullendo lo que encontraba a su paso, incluyendo esa gente que una vez
juraste y perjuraste no dejarlos en la estacada.
No había ya lugar para el arrepentimiento; lo que un día creaste fue lo mismo que acabó por
llevarte debajo de aquel cartón. Apoyaste la cabeza en la fría pared, dejando caer la
inseparable bebida mientras cerrabas aquellos tristes ojos con la esperanza de no volver a
abrirlos nunca más.
Te encerraste esta vez sí en tu particular “PEQUEÑO GRAN MUNDO”.

Marc Domínguez

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