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Orígenes ( 1ª Parte )

En cuestión de pocos meses, el león en el cual te habías convertido gracias a tus éxitos pasados, dio paso a un inocente e indefenso corderito. Las frías calles y todos los peligros que eso conllevaba para alguien en tu situación, eran testigos de la tortura diaria a la que te veías sometido… una tortura que tú mismo te encargaste de acoger entre tus brazos. No eras ni la sombra de lo que cierto día llegaste a ser; deambulabas sin rumbo fijo buscando
un pequeño escondrijo para poder cobijarte y así aliviar en cierta medida tu quemazón interna.
Pese a tu demacrado estado, la gente te miraba como si reconocieran a ese tipo con aspecto desaliñado, el cual daría la vida por unas tristes monedas; en ese momento hubieras preferido pasar totalmente desapercibido y que tu identidad quedara solo entre cartones y botellas de vino barato.
Te avergonzabas de ti mismo, por fuera considerabas que el precio que estabas pagando era excesivo, pero internamente eras consciente que era un peaje justo a tu pasada vanidad.
A pesar de poder ser reconocido, nadie se paró a interesarse sobre los motivos que te llevaron a tu actual estado….el desprecio y repulsa hacia tu persona predominaba entre los lugareños.
Cualquier acto de caridad ajeno, era una enorme bomba de oxígeno en tu triste y ruinosa vida.
Sentado en las calles más céntricas de la cuidad y con la mano derecha extendida, veías pasar a gente de todas las edades las cuales solo tenían un nexo en común… el desprecio hacia el pedigüeño.
No recriminabas ni maldecías esa elección; en tu mente se amontonaban los recuerdos de meses atrás en los que, los papeles estaban invertidos; tuviste el mundo a tus pies y ahora estabas a los pies del mundo…a merced de lo que se le antojara al destino. En más de una ocasión y presa de tu desasosiego, pensaste en desaparecer de la faz de la tierra y así
borrar de un plumazo tanta desazón.
Por mucho que pensabas en ello, no tenías el valor suficiente para hacerlo; optaste por seguir inmerso en esa vida de miseria y podredumbre. Tu vida social, se limitaba a pedir limosna con una voz frágil y entrecortada, lo cual daba muestras inequívocas de tu estado de desnutrición.
Si superar el día se hacía una difícil empresa, aguantar el envite de la noche no te representaba mucho mayor alivio; el frío y la humedad se apoderaban de las calles, cualquier lugar era el idóneo para descansar; cajeros, estaciones de metro…cualquier lugar era válido para darle un descanso a tu cansada mente.
Los contenedores de bares y restaurantes, formaban parte de tu dieta diaria; al igual que un gato en busca de una raspa de pescado, acudías a los contenedores al encuentro de restos de comida que los comerciantes desechaban al finalizar la jornada.
Vagando sin ilusión ninguna, perfectamente asemejado a un alma en pena la cual desconocía su destino en el interior de la jungla llamada calle; tu congoja ya no la soliviantaban ni las pocas monedas que reunías durante el día ni el también inseparable cartón de vino… la conciencia, se coló entre tanta desgracia, para que recordaras toda esa gente que habría estado contigo en todo momento a las duras y a las maduras, y en
cambio tu alter ego, los apartó de tu vida; lo más doloroso fue que, de todas esas personas, había dos que no volverías a ver nunca más sin haber tenido la ocasión de agradecer todo su apoyo en tus inicios. Un grave error que te perseguiría hasta el último día de tu vida; elegiste estar rodeado de fama y dinero con todos los “ beneficios” que conllevaba, rechazando a tu círculo más íntimo el cual nunca te hubieran dejado en la estacada.
Habías logrado el dudoso honor de ser un prófugo de tu propia vida, huyendo de tu pasado y tratando de escapar de tu presente sin demasiado éxito; construiste una prisión pero te quedaste enclaustrado en ella sin tener la llave para poder salir.
No pensaste en pedir una segunda oportunidad a nadie, no tenías ni fuerzas ni ganas de ello, aparte que tu situación y aspecto, invitaban poco a brindarte el apoyo necesario para empezar a escalar ese pozo sin fondo en el que estabas inmerso.
No tenías lugar fijo, cualquier sitio te servía de un momentáneo alojamiento… la calle era tuya, pero en cambio tu eras del mundo; la balanza estaba claramente decantada en tu contra…de igual manera que un perro está dando vueltas buscando un lugar donde hacer sus necesidades fisiológicas, te movías más ámpliamente tratando de localizar el lugar
más adecuado donde poder tener un botín mayor para subsistir. Curiosamente, una lúgubre callejuela por donde apenas transitaba la gente, fue tu elección… para desgracia tuya, era lo único a lo que tenías derecho a elegir.
El decorado distaba poco de lo visto días atrás, pero te sentías ajeno a las miradas de desprecio…a la mofa ajena. Papeles quemados y latas de cerveza vacías, indicaban que anteriormente alguien estableció allí su improvisada morada. De entre los rebosantes contenedores de basura plagados de cosas innecesarias que la gente depositaba , encontraste una vieja manta con la que resguardarte de las frías noches; dada la situación en la que te encontrabas, aquel hallazgo era oro puro.
A medida que la noche se adentraba, la concentración de los llamados “ parias de la sociedad”, se hacía más evidente. Inquilinos de la calle, en busca de su hueco en el que pasar las largas horas nocturnas; nadie era dueño de nada, lo que un día se poseía, fácilmente podía ser usurpado por otro esclavo de su pasado. Ello te llevó a alguna confrontación verbal…acostumbrado a tenerlo todo sin mover un dedo, ahora te veías en
la obligación de defender con uñas y dientes cualquier descubrimiento material. Gracias a esos pequeños inconvenientes, pasaste de ser un perfecto ignorante callejero, a aplicar la ley del más fuerte sin ningún tipo de rubor.
La búsqueda entre tanta basura, podía ofrecerte premios inimaginables… un usado y viejo pantalón te permitió despojarte del andrajoso y rasgado que portabas. Rebuscando entre los bolsillos con la esperanza de encontrar algo de dinero con resultado negativo, hallaste en la parte trasera algo mucho más importante para ti…algo que mirabas fijamente
mientras los recuerdos se agolpaban en tu cabeza; un bolígrafo fue el encargado de que te abstrajeras del mundo durante unos instantes. Como si fuera una cadena, ese artilugio llamó a tu conciencia y ésta dio el aviso para que las lágrimas hicieran acto de presencia en tu rostro. Tu pasado estaba muy ligado a ese objeto… lo guardaste como oro en paño;
pese a querer huir de tu pasado, ese bolígrafo te dio la posibilidad de rememorar tus inicios…unos inicios cargados de alegría e ilusión; querías conservar aunque fuera esa inocente etapa de tu vida. Por primera vez en mucho tiempo, aquellas lágrimas estaban cargadas de sinceridad, aunque con la diferencia que estaban acompañadas de un sentimiento de culpa; ese pequeño objeto, sacó a relucir todas tus miserias; como si
fueras un castillo de arena, te derrumbaste entre tanto recuerdo. En tu mente se agolpaba gente con la que compartiste tantos años, tantos sueños…tantas ilusiones; gente que uno por uno, fuiste dejando en el ostracismo más absoluto sin haber gozado de la ocasión de
despedirte de ellos.
Asumías el castigo con la poca dignidad que aún te quedaba; el altruismo dio paso al egocentrismo y eso fue precisamente tu ruina…creíste que el ombligo del mundo se reflejaba en ti… todos eran un puñado de marionetas que podías mover a tu antojo, pero la realidad de todo, era que sin darte cuenta, tu eras la marioneta movida por el ajeno…
esclavo del vil metal y de la testosterona, nadie dudó en cortar los hilos de ese muñeco cuando se auguraba una caída libre.
Tu lógica falta de higiene, suponía ser el paraíso perfecto para que, toda clase de parásitos, camparan a sus anchas en tu demacrado cuerpo; únicamente las repetidas lluvias servían de fugaces e improvisadas duchas, pero no era suficiente; necesitabas algo más que múltiples gotas de agua caídas del oscuro cielo y un moderado viento para secarte.
Echando la vista atrás, otorgabas poco valor al glorioso pasado, y en cambio deseabas poder disfrutar de cosas más sencillas; demasiado tarde para ser nuevamente humilde.
David disfrazado de humildad, venció a Goliath disfrazado de vanidad; en medio de esa lucha, te aliaste con lo superficial, no reparando en un camino lleno de rosas venenosas… ese veneno empezó a surtir efecto la misma noche que te cobijaste debajo de un cartón, y todavía no habías encontrado antídoto para contrarrestar sus efectos.

Tus días no tenían ningún tipo de emoción…caminar y pedir…pedir y caminar, esa era la misión que te encomendabas a ti mismo. Una de las zonas más elegantes de la ciudad, fue testigo de la desaprobación más absoluta que podías sentir… más aún que las miradas de desprecio a las que la gente de bien te tenían sometido diariamente.
Tan solo pedías algo de dinero o en su defecto, algo de comida o una bebida
caliente..demasiado esfuerzo para el rico y mucho premio para el pobre.
– Lárgate de aquí escoria!!!! – ¿ Porqué no nos haces un favor y desapareces? – ¿ Has pensado en trabajar en lugar de estar aquí molestando con tus sucias manos? -.
3 respuestas que, a diferencia de dejarte despotricando de los fanfarrones ricachones, te llevaron a hacerte una pregunta la cual se repetía una y otra vez mientras veías sus caras de jolgorio.
¿ Cómo…. cómo pude llegar un día a ser como ellos?.
Una cuestión a la cual sabías perfectamente la respuesta pero que, a pesar del tiempo transcurrido, aún no habías encontrado explicación a que te hizo cambiar de la noche a la mañana; quizás tu juventud, tal vez el no saber gestionar tanta idolatría … puede que una mezcla de ambas cosas. El caso, es que te encontrabas allí… mendigando un triste pedazo
de pan, pidiendo ayuda al prójimo sin importarte raza, sexo, edad o religión. Los esfuerzos generalmente eran en vano, nadie tendía su mano para ayudarte, nadie estaba dispuesto a darte una oportunidad por pequeña que fuera.
La ronda diaria en busca de benefactores, no fue demasiado exitosa, solo te quedaba volver a tu “ diminuto” refugio y cerrar los ojos esperando que llegara un nuevo día.

Sorpresivamente para ti y mientras tu espalda contactaba con la mohosa pared, alguien dejó caer unas monedas en el cubilete que portabas y algo que estaba envuelto en papel de plata; alzaste la mirada, y pudiste observar como, una mujer fue la encargada de insuflarte el oxígeno que necesitabas; abriste el papel de plata al mismo tiempo que veías como proseguía su camino calle abajo.
– Gra…gra…gracias…muchísimas gracias -.

Tu voz era demasiado débil como para alcanzar los oídos de tu efímero ángel de la guarda; agarraste con fuerza el obsequio que te ofrecieron y por primera vez, el paladar pudo disfrutar de un apetitoso bocado… un festín de tan solo unos minutos de duración, pero que para ti fueron unos instantes interminables.
Sacaste el bolígrafo del bolsillo y lo envolviste en el papel de plata; por un lado tenías el recuerdo de tu inocente pasado, y por otro tenías la parte más gentil de tu presente. Un mojado trozo de cuerda reposaba en tus pies… te serviste de el para fabricar un colgante y poder llevar tus dos trofeos colgados del cuello allá por donde fueras.
– ¿ Habrá más gente como esta buena mujer? ¿ Porqué les cuesta tanto ayudar al más necesitado? Hasta que el verdugo no se pone en la piel de la víctima, no asaltan todas esas preguntas… antaño, estabas más preocupado de fiestas, coches y hermosas mujeres que agradecían a su manera el despilfarro para con ellas. El desfavorecido, para ti no era más que muertos vivientes los cuales agonizaban día tras día esperando su final; lejos de
tenderles la mano, aceleraste ese final con el desprecio, la sorna que tanto tu como la gente de buena familia les brindaban. Asumiste que, el presente y futuro más próximo, serías blanco de repulsa para los transeúntes.
No querías jurar por nada ni nadie…la única vez que lo hiciste, traicionaste ese juramento y el desenlace fue el que estabas viviendo; tan solo podías prometerte a ti mismo…prometerte que si alguna vez salías de ese agujero, recordarías eternamente como pudiste abandonar esa vida y si hubo alguien que se dignara a echarte una mano. El homenaje que no pudiste dedicar a familiares y amigos, lo ofrecerías a la calle… gran
conocida por fuera con sus edificios, centros comerciales , atascos y bullicio, pero gran desconocida desde sus entrañas; y ahí estabas, en lo más hondo…en lugares donde tan solo unos pocos podían estar.
Aún estando rodeado de gente, aunque fuera a distinto nivel, te sentías completamente solo…únicamente las colillas que recogías de los ceniceros de bares y estaciones de metro junto con los cartones de vino que hurtabas, eran tu particular paño de lágrimas los cuales conocían del castigo interno y externo al que te veías sometido.
Una y otra vez, volvías a tu particular morada con la esperanza de encontrarte de nuevo con aquella alma cándida que te ayudó en tu alimentación…confiabas en que la suerte
volviera a sonreírte, pero el resultado fue nulo; solo hallaste el lejano griterío del vecindario y el ruido de los pocos comercios que se encontraban en una calle sin ánima.
Sin fuerzas para dar un paso más y contemplando ese desolador panorama, te refugiaste en aquella socorrida manta que hiciste tuya días atrás, y te dejaste atrapar por el sueño. Morfeo acudió a tu llamada, te sentías agotado por dentro y por fuera; un largo reposo que, cuanto menos, sirvió para evadirte de la miseria en la que estabas instalado.,
El despertar no fue mucho más alentador… estaba todo igual que cuando cerraste los ojos; ni una mísera moneda… ni un minúsculo pedazo de pan… nada de nada. Tan solo podías aprovecharte de los restos que estaban depositados en los contenedores; a no ser que, previamente, otros como tú, se hubieran dedicado a husmear mientras estabas descansando.
Lo peor dentro de tu aventura mendicante aún estaba por llegar; personas en tu misma situación, buscando un poco de ayuda por parte ajena, consumían sus vidas debido a la inanición y a enfermedades propias de su falta de higiene personal. Gente abandonada a su suerte que acabó dilapidando sus últimos días entre cartones y basura; olvidados como
si de perros abandonados se trataran, nadie indagaría sobre su paradero…nadie echaría de menos su ausencia. Aún siendo esclavos de la calle, todo el mundo merece un digno final, pero las palabras digno y vagabundo no podían estar juntas en la misma frase.
– Yo…yo no quiero acabar así, me niego a terminar siendo pasto para los cuervos- .

La sola idea de poder tener ese mismo destino, te causaba pavor…trataste de dar un giro a esa ruinosa vida y volver a escalar peldaños en la pirámide social; no era nada fácil resarcirse cuando tu vida se limitaba a pedir limosna y dormir a la intemperie.
Apretaste con fuerza el bolígrafo que tenías alrededor del cuello, y con paso aletargado, marchaste a tu pequeña parcela de acera. Allí, detrás de la pared y escondido debajo de la manta, sorprendentemente para ti, encontraste un poco de jamón y de queso encima de papel de periódico…todo eso acompañado de una pequeña botella de agua.
– ¿ Quién… cuando…porqué? -.

Desconocías las respuestas a tal obra benéfica pero, fuera quien fuera tampoco te importó demasiado; ocupaste ambas manos con aquellos trofeos y te deleitabas relamiéndote los bigotes en señal de disfrute.
No quedó ahí tanta sorpresa…en el periódico donde estaba envuelto tu festín, figuraba un pequeño artículo sobre alguien que conocías perfectamente y hacía tiempo se le perdió el rastro.
Una persona que, de la noche a la mañana y por causas que se desconocían, quedó totalmente olvidado, nadie supo de el, como si la Tierra lo hubiera engullido hacia sus adentros más profundos; alguien que, en su día era referente para niños y mayores, y ahora su ubicación era un completo misterio.
Una de las cosas que más te llamo la atención, aparte del articulo propiamente dicho, fue la fecha de edición del periódico…la noticia era de 7 meses atrás; tus primeras sospechas eran que, fuera quien fuera el que dejó aquello, no cogió esa hoja al azar… se tomaron bastantes molestias en buscar una noticia tuya y colocártela en las narices.
En parte, aquello te devolvió la sonrisa al rostro…una sonrisa que hacía tiempo se perdió; quien hubiera echo eso, se había cruzado contigo y te reconoció pese a tu estado descuidado. Ignorabas quien podía ser, el caso es que había alguien quien no te dio la espalda.
A diferencia del resto de días, ya no deambulabas sin rumbo fijo a la búsqueda de un poco de limosna… permanecías por los alrededores de tu hábitat, con la esperanza de poder saber quien o quienes fueron los que te dejaron en vilo el día anterior; recorrías una y otra vez la larga callejuela en la que estabas mal viviendo… de arriba hacia abajo sin lograr tu objetivo. En una de esas idas y venidas, alguien dejó al lado de tu apolillada manta, un refresco y otro elemento sólido con el que aliviar tu estómago.

Marc Domínguez

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